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A los trece años



Sucedió en un pequeño pueblo, hace muchos, pero muchos años.

Eliel recién había cumplido los trece, cuando una mañana se levantó muy temprano. Algo daba vueltas en su cabeza y ya no podía dormir. Samuel, su papá, escuchó ruidos en la cocina y fue a ver qué sucedía. Eliel le contó el motivo de su desvelo: Le preocupaba el camino de la vida.

El sábado había comenzaba a amanecer a pleno sol. Samuel fue a la baulera, tomó una mochila que llenó con sogas, cascos, guantes, entre otras cosas. También cargó una pequeña carpa, bolsas de dormir y provisiones de comida. Sobre la mesa dejó una nota para su esposa:

“Querida Rosa, nos vamos con Eliel a la montaña por el fin de semana. Llegó la hora de que tengamos una larga charla de padre a hijo. Besos, Samuel”

Eliel no había recibido aún la respuesta, cuando luego de caminar unos kilómetros, se encontró al pie de una montaña cercana. - Querido hijo, te propongo que escales la montaña. Por supuesto que iré a tu lado. En la cima, hablaremos sobre la vida. Miró hacia arriba, se veía tan lejos, tan alto… - ¿Podré lograrlo?- cuestionó Eliel. - Claro que si. Yo estaré para ayudarte y apoyarte siempre que lo necesites

Y comenzaron a subir. Arrancó con todo el entusiasmo de una nueva experiencia; al principio todo parecía fácil, sólo se trataba de una caminata y de esquivar rocas pero, poco a poco, comenzaron a aparecer dificultades.

Resbaló al pisar una pequeña piedra, sintió cansancio, a veces, un segundo de distracción le jugaba una mala pasada. Se encontró con ascensos peligrosos que lo obligaron a retroceder en busca de otra alternativa. Sintió miedo y, en alguna oportunidad, quiso abandonar. Por supuesto, su padre lo animó, orientó y aconsejó cada vez que hizo falta.

También tuvo muchos momentos hermosos. Era maravilloso mirar hacia abajo y darse cuenta de cómo, lentamente, había escalado tanto, el orgullo de sus logros, sintió emociones desconocidas y el compartir nuevas vivencias, en este caso, con su papá.

Por la noche, acamparon. A pesar del cansancio, no durmió mucho. Eran tantas las ganas de seguir, la excitación por lograrlo que, con la primera luz, se levantaron. Todavía no habían llegado, cuando Samuel le dijo a su hijo que se quedaría a esperarlo. El último tramo debía hacerlo solo. Eliel pensó que su padre estaba cansado, pero estaba equivocado, algún día lo entendería.

Luego de alcanzar la cima, volvió a buscarlo. Se quedaron conversando por horas, sobre la experiencia compartida. Y comprendió que mucho tenía que ver con lo que le pasaría en la vida. Y una pequeña frase que le dijo quedó gravada en su mente: “Aprende del pasado, piensa en el futuro pero, fundamentalmente, disfruta cada instante del presente. El secreto de la felicidad, no está en buscar el gran acontecimiento, sino en la suma de muchos pequeños momentos.

Podrás elegir entre dos visiones totalmente opuestas. Una, en la que las dificultades oscurezcan tu camino y entristezcan tu vida. La otra, que tu perseverancia, voluntad y optimismo la iluminen y puedas valorar sus maravillas.”

Al otro día, en la escuela, comentó con sus amigos la fantástica vivencia y cuántas cosas había comprendido. Les contó que no había montaña igual, era increíble cómo reflejaba situaciones de la vida. El fin de semana siguiente, todo el grupo quiso ir a la montaña, y la experiencia fue más rica aún, y diferente para cada uno de ellos. Incluso algunos no lograron llegar, pero volverían a intentarlo.

El pequeño pueblo se hizo famoso, ya que en él se encontraba “la montaña de la vida”. Empezaron a llegar chicos de otras ciudades. La costumbre se hizo famosa en el mundo. Y coincidieron en que los trece años era la edad en la que uno podía comenzar a comprender el significado la vida.

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